Para lograr la iluminación, hemos de tener mente de principiante, de humildad, sin arrogancias. El iluminado es como el hombre sencillo que en el campo aprecia la montaña, los valles y los bosques. Nosotros los occidentales estaríamos preguntando cuando valen esas tierras, que lucro pudiéramos sacar y quién nos las compraría. Desconfianza e interrogación, así pudiéramos definir a los adultos de nuestra civilización.
No sucede así con los niños, que confían en sus corazonadas, en sus sentimientos.
Y pese a lo anterior, la mayoría de personas «grandes» necesitan que les digan como vestirse, que comprar, que trabajo desempeñar y como decorar nuestras viviendas. Irónico, ¿cierto?
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